A la orilla de un arroyo, junto al camino en el bosque, estaba una pareja de gorriones. Por el camino se acercaba un hombre vestido como un derviche. Al verlo, la gorrión hembra le dijo al macho:
– ¡Mira! Ahí viene alguien. ¿Y si intenta hacernos daño? Mejor vámonos de aquí y subamos a ese árbol.
– Es un derviche, y los derviches son personas honorables y justas, – respondió el gorrión macho –. Nunca harían daño a ningún ser vivo; de hecho, suelen protegernos. No hay razón para temerle a ese hombre.
Mientras discutían, el derviche se acercó. La gorrión hembra voló hasta una rama, pero el gorrión macho se quedó en el borde del arroyo. De pronto, el derviche se agachó, tomó una piedra y se la lanzó al gorrión. El gorrión herido voló hacia la rama, posándose al lado de la hembra.
– ¿Ves? Te lo dije, ese hombre era un enemigo – dijo la gorrión hembra –. No me hiciste caso y te quedaste. ¡Mira lo que te pasó! ¡De milagro sigues vivo!
– ¿Qué le vamos a hacer? – dijo el gorrión –. Lo vi con ropas de derviche y creí que era un hombre como deberían ser los derviches. Me equivoqué y me tocó pagar el precio. Si hubiera conocido su verdadero carácter, habría sido más precavido, y no sentiría esta vergüenza ante ti.