Era una tarde cualquiera en una oficina de tecnología en la Ciudad de México. Todos se encontraban concentrados trabajando en sus proyectos de diseño web para los clientes de la compañía.
Hacía un hermoso día sin dudar y la luz del sol se filtraba a través de las ventanas del edificio, creando un ambiente cálido y acogedor. En un rincón, un grupo de compañeros hablaban como de costumbre, mientras otros se enfocaban en sus pantallas redactando contenidos y otros editando imágenes y videos.
Entre ellos estaba Javi, un programador backend experto en javascript el cual llevaba años trabajando en la compañía, era recochero y tenía una habilidad especial para contar historias y entretener a los demás. Hoy, un par de nuevos compañeros coreanos los acompañaban en la plática, Min-jun y Su-yeon, estaban sentados cerca, observando y escuchando a todos con curiosidad. Atraídos por la risa y con curiosidad, se acercaron a escuchar.
—¿Qué hacen muchachos todo bien? —preguntó Min-jun.
—Aqui hablando del Charro Negro bro —dijo Javier, riendose—. Es una leyenda muy famosa aquí en México. ¿La conocen?
Los ojos de Min-jun y Su-yeon se iluminaron, intrigados.
—No, no la conocemos. ¿Es un bar, un restaurante o de qué se trata viejo Javi? —preguntó Su-yeon, mientras guardaba su laptop en su mochila tejida a mano que compró en la plaza de ciudad de México el domingo pasado.
Ponganle cuidado parceros ustedes que son de otro país de seguro no han escuchado sobre el charro dijo Javier acomodándose en su silla.
—El Charro Negro es un personaje legendario que aparece en la noche. Se dice que es un hombre alto, vestido de charro con un sombrero negro que brilla bajo la luna. Siempre monta un caballo negro, y su mirada es misterioso y da miedo. Todos acá en México creemos que hace pactos con almas en pena, les ofrece riquezas a cambio de su alma.
—¿Riquezas? —interrumpió Min-jun, con asombro y escepticismo pero con curiosidad y respeto.
—Sí —continuó Javier—. La leyenda dice que muchos han caído en la trampa del Charro. Al principio, parecen recibir lo que quieren: dinero, fama, o incluso poder. Pero, al final, siempre hay un precio que pagar. Una vez que te encuentra, ya no hay vuelta atrás.
Su-yeon, fascinada, preguntó:
—¿Y cómo saben cuándo se aparece?
—Ah, ahí está lo interesante. Se dice que se aparece en las noches de tormenta cuando llueve muchísimo, cuando los relámpagos iluminan el cielo y nos toca desconectar los electrodomésticos. Si escuchan el sonido de su caballo galopando, es mejor que se escondan parceros. Se dice que busca a los que tienen deseos insaciables.
Al escuchar esto, un colega llamado Carlos, que estaba trabajando en su computadora, se dio la vuelta, sonriendo.
—Yo he escuchado que si te encuentras con él, te ofrece un trato. Te dice que solo tienes que desear algo, y lo tendrás. Pero uno tiene que tener mucho cuidado con lo que se pide. A veces, lo que parece un regalo se convierte en una maldición, nada es así de gratis por que si.
Min-jun miró a su alrededor, aún dudando.
—¿Pero es real? ¿Alguien ha visto al Charro Negro? —preguntó.
—Se dice que hay quienes lo han visto —respondió Javier—. Una vez mi abuelo me contó que, cuando era joven allá en su pueblo, estaba en el campo dándole de comer a las gallinas y escuchó el galope de un caballo. Miró hacia arriba y vio a un hombre montando un caballo negro. El Charro le ofreció un trato: dinero a cambio de su alma. Mi abuelo, que siempre había sido muy sabio, rechazó la oferta y se fue corriendo.
Carlos intervino de nuevo, con una sonrisa pícara.
—Pero hay quienes no tienen tanta suerte. Hay historias en cada rincón de México de personas que aceptaron el trato y, al final, les fue mal porque se dieron cuenta de que el dinero no vale nada si pierdes tu alma. Una vez, un amigo mío con el que estudiamos sistemas en la universidad se puso a contar que conoció a un pelado del barrio donde vivía en Guanajuato que se volvió millonario de la noche a la mañana, pero perdió a su familia en un accidente, eso uno no se lo desea a nadie. Al final, vivía solo, sin nadie a su lado.
Su-yeon se estremeció un poco, mirando a sus compañeros.
—Es aterrador. ¿Y qué pasa con quienes aceptan el trato? —preguntó.
—Se dice que quedan atrapados en un ciclo sin fin. El Charro los busca una y otra vez, siempre prometiendo más. Nunca pueden escapar de él —explicó Javier.
En ese momento, el jefe, una mujer llamada Beatriz, se acercó al grupo. Al escuchar parte de la conversación, sonrió.
—¿Están hablando del Charro Negro? Esa es una historia que todos conocemos. Pero no se olviden de mencionar que no solo busca almas; también busca a quienes tienen un corazón lleno de ambición desmedida.
Carlos asintió.
—Exacto. Es como un recordatorio de que el deseo puede llevarte a lugares oscuros.
Min-jun y Su-yeon se miraron, cautivados por la conversación. Nunca habían oído algo así en Corea del Sur.
—¿Hay alguna forma de protegerse de él? —preguntó Min-jun.
Javier se encogió de hombros.
—Algunos dicen que llevar un amuleto o un objeto especial puede ayudar. Otros creen que simplemente es mejor vivir con humildad y no dejarse llevar por los deseos materiales. Eso es lo que realmente te protege.
Su-yeon pensó en esto y dijo:
—Es una lección importante. La ambición no siempre trae felicidad.
—Exactamente —respondió Beatriz—. La historia del Charro Negro nos recuerda que uno tiene que ser cuidadosos con lo que desea. A veces, lo que parece una bendición puede convertirse en una tragedia, en la vida uno tiene que esforzarse para conseguir lo que se quiere, nada pasa de la noche a la mañana, la vida no es tan fácil y menos en temas de riquezas.
Mientras la conversación continuaba, los otros compañeros de trabajo se acercaron, interesados en la leyenda. La oficina se llenó de historias sobre el Charro, cada uno agregando su propia perspectiva. Algunos compartieron anécdotas familiares, mientras que otros contaban sobre encuentros cercanos.
Min-jun y Su-yeon escucharon con atención, riendo y asombrándose con cada nuevo relato. La leyenda del Charro Negro se convirtió en el tema del día, uniendo a los compañeros a través de una tradición que perduraba en la cultura mexicana.
Al final de la jornada, Javier miró a los nuevos compañeros y les dijo:
—Recuerden bien parceros, siempre es bueno tener cuidado con lo que desean. La vida está llena de misterios aunque uno no crea, y a veces, lo que no vemos, lo que ignoramos puede ser más poderoso de lo que uno se imagina.
Min-jun sonrió, sintiendo que había aprendido algo valioso ese día.
—Gracias por compartir la historia con nosotros. Ahora tenemos un pedazo de México con nosotros.
Y así, en una oficina llena de tecnología y pantallas brillantes, la leyenda del Charro Negro se entrelazó con la vida moderna, recordando a todos que las historias tienen el poder de conectar culturas y corazones, y que a veces, lo más importante es escuchar las lecciones que el pasado tiene para ofrecer.