Un día, una zorra astuta de ojos brillantes y cola esponjosa se coló sigilosamente en el patio de una granja y se llevó a un gordito y bonito gallo moteado.
De inmediato se armó un gran alboroto, y todos en la granja comenzaron a perseguir a la ladrona. La zorra corrió tan rápido como pudo, pero no soltó al gallo de entre sus dientes.
Sin embargo, el gallo, con su cresta roja y voz potente, no quería ser el almuerzo de la zorra. Mientras ella corría hacia su madriguera, el gallo pensaba en cómo hacer que la zorra lo soltara. Finalmente, se le ocurrió una idea y le habló con voz suave y halagadora:
—¡Qué tontos son esos humanos que te persiguen, Zorra! Ni en sus sueños podrían alcanzarte.
A la zorra, que además de astuta era vanidosa, le gustaron las palabras del gallo. Y este, con su dulce voz, continuó:
—Aunque no puedan atraparte, no debe ser nada agradable que te griten: “¡Atrapen a la ladrona! ¡Atrapen a la ladrona!”. Yo, en tu lugar, les gritaría: “¡Este gallo es mío, no es robado!”, y seguro te dejarían en paz. Así podrías correr tranquilamente a casa.
La zorra, emocionada por la idea, no pudo resistirse. Soltó al gallo, levantó la cabeza y gritó con fuerza:
—¡Este gallo es mío!
Pero el gallo, con su cresta roja y mente veloz, no perdió tiempo. En cuanto quedó libre, salió corriendo lo más rápido que pudo. La zorra solo pudo mirar cómo su presa se escapaba y desaparecía entre los árboles.