Había una vez una bruja en el bosque. No solía visitar las aldeas ni las casas de los humanos, pero con frecuencia deambulaba por el bosque. Un día, mientras caminaba entre los árboles, vio a una niña que estaba recolectando bayas. Se la llevó a su casa, pero como la niña no le agradaba en absoluto, no dejaba de pensar en cómo deshacerse de ella.
Entonces, un día le ordenó que fuera al río y lavara unas telas negras hasta que se volvieran blancas.
—Si regresas del río y las telas no están blancas, te convertiré en un sapo —la amenazó.
La niña fue al río llorando, aunque ya sabía que las telas nunca se volverían blancas. Mientras caminaba por el sendero, un lobo salió a su encuentro y le preguntó:
—¿Por qué lloras?
Ella respondió:
—Me han ordenado lavar estas telas hasta que se vuelvan blancas.
El lobo le dio un palo y le dijo:
—Toma este palo y golpea las telas con él, así se volverán blancas.
La niña hizo lo que el lobo le aconsejó, y las telas, efectivamente, se volvieron blancas como la nieve. Las recogió y volvió con la bruja.
Al ver las telas blancas, la bruja se llenó de una furia terrible. Frustrada porque no podía hacerle daño a la niña, le dijo:
—Si ahora no lavas estas telas de nuevo para que se vuelvan negras, te convertiré en un sapo.
La pobre niña fue otra vez al río, pero esta vez ya no lloraba, pues pensaba que también podría lograrlo. En el camino, se encontró de nuevo con el lobo, quien le entregó otro palo y le dijo:
—Golpea las telas con este palo, y se volverán negras.
Ella hizo lo que el lobo le indicó, y las telas rápidamente se volvieron negras.
Cuando la bruja vio que tampoco esta vez había logrado hacerle daño a la niña, tuvo una nueva idea. Cerca de su casa había un pequeño lago sobre el cual se alzaba un puente muy frágil. Del otro lado del lago vivía otra bruja llamada Tiina.
La bruja malvada le dio a la niña una carta y la envió con Tiina, pensando que el puente no soportaría su peso, y la niña caería al agua y se ahogaría. Para asegurarse, en la carta escribió: “Si esta niña llega a ti, destrúyela”.
La desafortunada niña emprendió el camino, pero justo antes de llegar al puente, se encontró con el lobo, quien le dijo:
—Toma este palo, y al cruzar el puente, mezcla el agua con el palo tan a menudo como puedas mientras repites: “Puente frente a mí, agua detrás de mí”. Así cruzarás con seguridad. Además, cuando llegues con Tiina, no comas nada, porque intentará envenenarte.
La niña cruzó el puente haciendo lo que el lobo le había aconsejado. Mientras caminaba, encontró un caballo y le dio un pedazo de pan que llevaba. Más adelante, vio un fuego que estaba a punto de extinguirse y lo avivó con algunas ramas. Finalmente, llegó a la casa de Tiina.
Sacó un pedazo de pan de su bolsillo y se lo dio al caballo. Continuó su camino y, después de un rato, encontró un fuego que estaba a punto de extinguirse. Lo avivó, echándole algunas ramas. Siguió adelante hasta que finalmente llegó a la cabaña de la bruja.
Cuando entró a la habitación, de repente un atizador cayó del horno y quedó en el umbral. La niña lo recogió y lo colocó en un rincón. Luego se acercó a la bruja y le entregó la carta. Después de leerla, Tiina le ofreció a la niña un pedazo de salchicha, pero recordando la advertencia del lobo, la arrojó al fuego apenas la bruja salió de la habitación.
Al regresar, Tiina preguntó:
—Salchicha, ¿dónde estás?
Y la salchicha respondió:
—Aquí estoy, en el fuego.
La bruja, furiosa, le dio a la niña otra salchicha y le ordenó:
—¡Tienes que comértela!
Cuando Tiina salió por un momento, la niña escondió la salchicha debajo del banco. La bruja volvió y preguntó:
—Salchicha, ¿dónde estás?
Y la salchicha respondió:
—Aquí estoy, debajo del banco.
Tiina la sacó de allí, se la dio nuevamente a la niña y salió diciendo:
—¡Tienes que comértela!
Esta vez, la niña escondió la salchicha bajo su camisa y seguía sin intención de obedecer la orden de la bruja.
Cuando Tiina regresó, preguntó:
—Salchicha, salchicha, ¿dónde estás?
Y la salchicha respondió:
—Aquí estoy, entre la camisa y la piel.
Sin embargo, Tiina estaba un poco sorda y no escuchó bien. Creyó entender: “Aquí estoy, entre la piel y el estómago”. Contentísima, pensó que esta vez la niña moriría con seguridad.
La pobre niña comenzó su camino de regreso, pero cuando Tiina vio que seguía viva, corrió tras ella gritando:
—¡Atizador, destrúyela!
Pero el atizador respondió:
—No la destruiré. Ella hizo mucho por mí. Me levantó y me colocó en mi lugar cuando estaba tirado en el umbral.
Tiina siguió persiguiéndola y volvió a gritar:
—¡Fuego, fuego, quémala!
Pero el fuego respondió:
—No la quemaré, hizo muchas cosas buenas por mí. Me añadió ramas cuando ya casi me apagaba.
Tiina corrió aún más lejos detrás de la muchacha y gritó:
—¡Caballo, caballo, písala!
Pero el caballo respondió:
—No la pisaré, hizo muchas cosas buenas por mí. Me dio pan.
Sin embargo, la bruja no se dio por vencida y siguió persiguiendo a la muchacha. Al cabo de un rato, gritó:
—¡Salchicha, salchicha, ahógala!
Pero la muchacha, al escuchar esto, sacó de inmediato la salchicha de debajo de su camisa y la arrojó lejos. La bruja siguió persiguiéndola, pero en el puente, la muchacha golpeó el agua con el bastón y dijo:
—Puente, delante de mí; agua, detrás de mí.
En ese instante, el puente detrás de ella se derrumbó. Tiina cayó al lago y se ahogó.
Cuando la muchacha ya estaba al otro lado, salió el lobo del bosque. Le prohibió regresar con la bruja y le dijo que fuera con él. Así que fue con el lobo. Caminaron, caminaron, hasta que llegaron a un gran castillo que pertenecía a su amigo. Ella se quedó allí y se encargó de la casa. Sin embargo, estaba muy triste porque el lobo pasaba todo el día fuera y solo regresaba por la noche, trayendo consigo diferentes tesoros. Cada mañana, cuando la muchacha encendía el fuego, el lobo desaparecía, y cada noche, cuando lo apagaba, él regresaba.
Un día, se le ocurrió una gran idea. Se acostó a dormir, pero tomó consigo una lámpara de aceite. Cuando el lobo regresó a casa, de repente iluminó la habitación. El lobo se sorprendió mucho y, en ese mismo instante, se transformó en un hermoso príncipe. Luego dijo:
—Esa horrible bruja me transformó en un animal.
La muchacha se alegró de que el lobo hubiera recuperado su forma original.
Se casaron y juntos formaron una pareja muy feliz porque se amaban mucho. Construyeron un magnífico palacio. Después celebraron la boda. Y yo estuve ahí, me dieron una gran canasta con comida, pero la abrí hasta llegar a casa. En ella había arenques y rebanadas de pan.
¡Y eso es todo!