La Leyenda del Nahual de Mazatlán

El Nahual de Mazatlán

En una vereda de Mazatlán, un grupo de campesinos estaba a toda marcha recogiendo papas. Era una mañana soleada y el aire fresco olía a tierra recién removida. Don Pedro, el más viejo del grupo, decidió que era un buen momento para contarles algo interesante sobre los Nahuales.

—Chicos, —comenzó mientras levantaba una papa—, hay algo que deben saber sobre los Nahuales.

Los jóvenes, curiosos, se acercaron. Nunca habían escuchado sobre ese tema y les intrigaba.

—¿Nahuales? —preguntó Martín, el más atrevido—. ¿Esos son solo cuentos de miedo para los niños?

Don Pedro soltó una risa profunda, como si estuviera recordando algo muy lejano.

—No, Martín. Los Nahuales son más que simples leyendas. Son seres que pueden transformarse en animales. Desde que yo era un niño siempre he escuchado historias sobre ellos, y para mi y basado en mi experiencia a lo largo de mi vida hay algo de verdad en todo eso.

Algunos de los presentes se miraron entre sí con escepticismo y curiosidad. Era difícil creer que algo así fuera real, pero había un brillo en los ojos de Don Pedro que les decía que podía haber algo más.

—Pues desde que tengo memoria mi abuelo solía contar que el Nahual más poderoso por aquí era un jaguar. Por las noches de luna llena, se le escuchaba por las montañas y a la vista de todos. Se decía que podía entrar en los sueños de la gente y mostrarles lo que necesitaban saber.

—¿Y qué les mostraba en los sueños supuestamente? —preguntó Lía, la más joven del grupo que llevaba poco tiempo trabajando en la finca, tenía curiosidad y asombro pero no creía que Don Pedro pudiera tener razón para ella lo estaba inventando todo.

—Mijita pues les enseñaba a respetar la naturaleza y a enfrentarse a sus propios miedos. Póngale cuidado que una vez, Erasmo un campesino amigo de mi abuelo se perdió en el bosque mientras se fue a caminar y a buscar leña porque estaba peleando con su mujer. 

De tanto caminar ya se anocheció y ya estaba asustado, contaba él que pensó que nunca iba a poder regresar y que algo malo le iba a pasar lo invadió el miedo y se sentó a llorar y, de repente, un jaguar apareció ante él. En ese momento pensó que iba a ser devorado y gritó y trató de defenderse, pero el jaguar tranquilo solo lo miró a los ojos y, en ese momento, el campesino comprendió que no era un enemigo, sino un guía. Al final, lo llevó de regreso a casa.

—Eso suena increíble —dijo Martín, visiblemente fascinado.

Don Pedro continuó, disfrutando de contar su historia.

—No todos los Nahuales son tan temibles como el jaguar. Algunos se transforman en aves, serpientes o incluso en campesinos. Se dice que hay un Nahual que se convierte en un búho. Cuando lo oyes cantar en la noche, está protegiendo a los que trabajan en el campo, cuidándolos de los peligros.

—¿Pero cómo sabemos si es un Nahual y no solo un búho común? —preguntó Lía, reflexionando.

Don Pedro sonrió, como si disfrutara del interés de los jóvenes.

—Eso requiere atención. Un verdadero Nahual siempre tiene un aire de misterio. Si lo observas bien, puedes notar algo especial en sus ojos, una chispa que no pertenece a este mundo. Algunos incluso dicen que pueden hablar.

Los jóvenes intercambiaron miradas, un poco escépticos, pero la fascinación crecía.

—Mi tía me contó que vio a un hombre en el pueblo que se transformó en perro una noche. Todos se reían, pero ella dice que él sabía cosas que nadie más sabía —comentó Martín, riendo nerviosamente.

—Eso no es tan raro —respondió Don Pedro—. La gente no entiende que hay muchos secretos en la naturaleza. Algunos Nahuales son bondadosos y ayudan a los necesitados. Pero hay otros que pueden usar su poder para hacer daño. Hay que tener cuidado.

Lía, cada vez más intrigada, preguntó:

—¿Cómo se convierte uno en Nahual?

Don Pedro volvió a mirar hacia el cielo, pongan cuidado.

—Esto solo lo pueden hacer aquellos que tienen una conexión especial con la tierra, sólo ellos pueden transformarse. Algunos nacen con ese don, y otros lo obtienen a través de ceremonias. Antes, los ancianos guiaban a los jóvenes en rituales para que encontraran su animal de poder. Así, podían aprender de él y, con el tiempo, transformarse.

—¿Tú crees que alguno de nosotros podría ser un Nahual? —preguntó Martín, sonriendo con picardía.

Don Pedro soltó una risa.

—Tal vez. Pero no se trata solo de convertirse en un animal. Se trata de entender y respetar el equilibrio de la naturaleza. Cada Nahual tiene un propósito, y ese vínculo es sagrado.

Mientras seguían trabajando, los jóvenes que eran los más escépticos y los demás presentes se concentraron en notar las pequeñas maravillas a su alrededor: como el canto de los pájaros, el suave murmullo del viento entre los árboles, el ladrido de los perros jugueteando y el increíble hermoso paisaje que los rodeaba aunque para ellos fuera una vista normal de todos los días. Había algo especial, algo que no habían interpretado antes de las palabras de Don Pedro una nueva perspectiva.

—¿Alguna vez has visto a un Nahual? —preguntó Lía, emocionada.

Don Pedro se quedó callado por un momento, como si recordara algo importante.

—Yo se que ustedes tal vez no me crean y piensen que soy un viejo mañoso y loco que inventa cuentos, pero una noche clara, vi a un ciervo que se me acercó cuando yo estaba caminando por el bosque. Era hermoso, y su mirada parecía entenderme. Sentí que me decía algo, pero no supe qué. Cuando miré de nuevo, ya no estaba.

Los jóvenes se quedaron en silencio, reflexionando sobre la historia.

—Eso es impresionante —dijo Martín—. Tal vez deberíamos pasar más tiempo en la naturaleza, escuchando y observando.

—Sí —agregó Lía—. Quizás así podamos aprender más.

Don Pedro asintió, complacido con la curiosidad de los chicos.

—Recuerden, muchachos, la naturaleza tiene sus propios ritmos. Si ustedes están dispuestos a escuchar, los Nahuales siempre estarán ahí, guiándolos.

A medida que el sol se ponía, el cielo se pintaba de colores anaranjados. Cuando terminaron de recoger las papas, Martín tuvo una idea.

—¿Qué tal si esta noche vamos al bosque a ver si encontramos algo? —sugirió, con una mezcla de emoción y nervios.

Don Pedro sonrió.

—Si deciden ir, recuerden lo que han aprendido hoy. La curiosidad es el primer paso para conocer a los Nahuales, pero deben tener respeto; el bosque es un lugar sagrado.

Al regresar a sus casas, los jóvenes comentaron animadamente sobre la idea de explorar el bosque. La noción de los Nahuales se convirtió en una chispa que encendió su imaginación. Estaban decididos a descubrir lo que la naturaleza tenía para ofrecerles.

Ese mismo día por la noche, se decidieron a caminar por el bosque. Con linternas en mano y el corazón latiendo con fuerza de miedo y curiosidad, caminaron hacia lo desconocido. Cada sonido, cada sombra, parecía tener su propia historia que contar.

—¡Miren! —dijo Lía, mirando hacia arriba—. ¡La luna se asoma entre los árboles!

El grupo se detuvo, maravillado. La luz de la luna era lo único que los iluminaba y su curiosidad les daba valor. Siguieron adelante, tenían el deseo de descubrir algo increíble.

Mientras caminaban, el ambiente se volvía más místico. Los sonidos de la selva que antes eran normales y ni atención les prestaban, como el canto de un búho, parecían cobrar vida. De repente, un susurro suave recorrió el aire, y todos se detuvieron.

—¿Escucharon eso? —preguntó Martín, un poco nervioso.

—Sí —respondió Lía—. Creo que viene de allá.

Se adentraron un poco más en el bosque, siguiendo el sonido. Estaban muy asustados como nunca en la vida pero continuaron adelante, la intriga los obligó a seguir.

Finalmente se detuvieron, respirando profundo. Estaban listos para lo que fuera que viniera.

Y así, en la vereda de Mazatlán, las historias sobre los Nahuales continúan vivas. Los jóvenes campesinos y trabajadores aprendieron que la magia de la vida se encuentra en cada rincón de la tierra, esperando ser descubierta por aquellos dispuestos a escuchar y a aprender. 

Aquella noche experimentaron algo inolvidable que solo ellos los presentes podrán narrar, muchos no creerán en sus palabras pero para el pueblo mexicano cada una de sus palabras tiene la posibilidad de la verdad, la conexión con la naturaleza y las sabidurías antiguas hacen parte del pueblo mexicano.