En la casa de un pobre campesino había un cántaro de barro con comida. Un gato ajeno lo encontró, y tentado por la comida, metió la cabeza en el cántaro. Como la boca del cántaro era estrecha, su cabeza se quedó atrapada. Asustado, el gato salió corriendo con el cántaro en la cabeza hasta chocar contra una roca, rompiéndolo en pedazos. Solo el borde del cántaro quedó alrededor de su cuello, y el gato se adentró en el bosque con el cuello adornado por ese collar de barro.
En el bosque, un loro en un árbol lo vio y preguntó:
– Oye, amigo, ¿qué es eso que llevas en el cuello?
– Este es mi cilicio, – contestó el gato –. Lo llevo para recordarme siempre de Dios. Además, he hecho un voto de no comerme a ningún animal. Estoy en un peregrinaje hacia La Meca para redimirme de mis pecados.
– Vaya, es un voto muy bueno – comentó el loro –. ¿Puedo ir contigo?
– Claro, ven sin miedo, – dijo el gato con tono sincero.
El loro confió en el gato y comenzaron a caminar juntos. Más adelante, se toparon con una rata que cavaba una madriguera. Al verlos, la rata preguntó al gato:
– ¿Qué es eso que llevas en el cuello?
El gato respondió como antes. La rata también le creyó y se unió al viaje. Ahora eran tres. Luego se encontraron con un estornino que, tras preguntar y escuchar la historia del gato, decidió acompañarlos. Y así, continuaron los cuatro. Por último, se encontraron con un gallo, que también se sumó al grupo.
Al anochecer, llegaron a un bosque y decidieron pasar la noche allí. Todos sabían que los pájaros no ven bien en la oscuridad, y el gato se aprovechó de esto, sugiriendo:
– Si se quedan en campo abierto, algún otro gato podría atacarlos. Es mejor que busquen refugio en el hueco de un árbol. Yo me quedaré afuera para vigilarlos.
A los demás les pareció un buen consejo. Todos se metieron en el hueco, y el gato se quedó afuera, montando “guardia”.
Un rato después, la rata comenzó a limpiarse el hocico con las patas delanteras. El gato, aprovechando el momento, le dijo al gallo:
– Oye, amigo gallo. Tú eres el más sabio de todos nosotros, con esa cresta de sabiduría. Pero esa rata parece tener malas intenciones, mira cómo se limpia los bigotes. ¡Nos odia a todos! ¿Qué hacemos?
– Hay que castigarla, es peligrosa, – dijo el gallo.
– Pues échala del hueco, – respondió el gato.
Sin pensarlo, el gallo sacó a la rata del hueco, y el gato la devoró en un abrir y cerrar de ojos, luego cerró los ojos como si estuviera meditando.
A medianoche, el loro comenzó a murmurar en sueños. El gato aprovechó y le dijo al gallo:
– Amigo, ¿ves cómo el loro nos insulta en su lengua? Y no le hemos hecho nada malo.
– Sí, eso está muy mal – respondió el gallo.
– Si no nos respeta, entonces sácalo del hueco, – dijo el gato.
El gallo lanzó al loro fuera del hueco, y el gato rápidamente lo devoró, dando gracias a Dios por su banquete. Ahora solo quedaban él y el gallo.
Al amanecer, el gallo se despertó y comenzó a cantar su “kikirikí”.
– ¡Ah, gallo! – exclamó el gato –. ¡Creí que eras el más sabio! No quieres llevarte bien conmigo. ¿Acaso no viste lo que les pasó a los otros?
Entonces el gato se lanzó contra el gallo, le mordió el cuello y se lo comió con mucho gusto.