El cuento popular italiano de la Nariz de Plata

Había una vez una lavandera que quedó viuda con tres hijas. Por más que la madre y sus hijas trabajaban, apenas ganaban lo suficiente para comer. Un día, la hija mayor dijo:

— Mejor servirle al diablo que seguir viviendo en esta casa.

— No hables así —susurró asustada la madre—, traerás desgracias.

Pasaron unos días y apareció un hombre vestido todo de negro. Hablaba de manera agradable, pero tenía una nariz de plata.

— Sé que tienes tres hijas —dijo a la madre—. Dame una para que trabaje en mi casa.

Aunque la madre estaba lista para dejar ir a una de sus hijas, la nariz de plata del hombre la inquietaba. Llamó a la hija mayor y le dijo:

— Decide tú, hija. Algo extraño tiene este hombre; las personas normales tienen narices comunes, pero él tiene una de plata. No vaya a ser que te arrepientas…

Pero la joven, cansada de la pobreza de su hogar, aceptó irse con el extraño, aunque fuera al fin del mundo. El camino fue largo; cruzaron montañas y bosques. Finalmente, vieron una luz brillante en la distancia.

— ¿Qué es esa luz? —preguntó la joven, inquieta.

— No te asustes —dijo la Nariz de Plata—, es mi casa. Ahí vamos.

La joven siguió con él, pero en su corazón crecía una sensación de inquietud.

La casa de la Nariz de Plata era un enorme castillo. El hombre la condujo por todas sus habitaciones, cada una más hermosa que la anterior, y le dio una llave de cada una. Finalmente, se detuvieron frente a la última puerta.

— Esta es mi casa —dijo la Nariz de Plata—, y tú serás la dueña aquí. Pero jamás abras esta puerta. Si lo haces, te arrepentirás —y le entregó la última llave.

La joven tomó la llave y pensó: “Debe haber algo muy interesante detrás de esa puerta. En cuanto me quede sola, la abriré.”

Esa noche, cuando la joven dormía profundamente, la Nariz de Plata entró sigilosamente en su habitación y prendió una rosa viva en su cabello. Luego salió sin hacer ruido.

A la mañana siguiente, la Nariz de Plata se fue a hacer sus asuntos, dejando a la joven sola. Ella no perdió tiempo; tomó el llavero y corrió hacia la puerta prohibida. Apenas la abrió, salieron llamas y humo. Dentro, en medio del fuego, se retorcían almas condenadas. La joven comprendió todo: la Nariz de Plata era el diablo, y detrás de esa puerta estaba el infierno. Horrorizada, cerró de golpe la puerta y corrió, pero el fuego ya había chamuscado la rosa en su cabello.

Cuando la Nariz de Plata regresó, vio la rosa marchita.

— ¡Ah, te atreviste a desobedecerme! —gritó, y la agarró, abrió la puerta del infierno y la arrojó al fuego.

Al día siguiente, la Nariz de Plata apareció nuevamente en la casa de la viuda.

— Tu hija dice que está muy bien conmigo, pero que tiene mucho trabajo. ¿Podrías darme a tu hija mediana para que la ayude?

La madre, sin saber qué había pasado con su hija mayor, accedió. Así, la hermana mediana se fue al castillo de la Nariz de Plata. Allí, él le mostró las habitaciones y le entregó las llaves, excepto la de la última puerta, que le prohibió abrir.

— No tengo por qué abrirla —dijo la joven—. No me interesan tus secretos.

Esa noche, mientras dormía, la Nariz de Plata prendió un clavel en su cabello. A la mañana siguiente, cuando él se fue, la joven no pudo resistir la curiosidad. Abrió la puerta y, al igual que su hermana, vio las almas condenadas en el fuego. Entre ellas, reconoció a su hermana mayor.

— ¡Hermana, sálvame de este infierno! —gritó.

Asustada, la joven cerró la puerta y corrió, aterrorizada. Ahora sabía que la Nariz de Plata era el diablo, y no habría salvación para ella.

Cuando la Nariz de Plata regresó y vio el clavel marchito, no dijo nada, simplemente la arrojó al fuego junto con su hermana.

Al día siguiente, la Nariz de Plata, disfrazado de un noble, volvió a la casa de la lavandera.

— El trabajo en mi casa es tanto que tus dos hijas no pueden con todo. Dame también a la menor.

Así fue como la hermana menor, Lucia, la más astuta de todas, terminó en el castillo. La Nariz de Plata le mostró todo y le entregó las llaves, excepto la de la última puerta. Esa noche, mientras ella dormía, prendió un jazmín en su cabello.

A la mañana siguiente, Lucia se peinó y vio el jazmín en su cabello.

— Qué lindo —sonrió—, la Nariz de Plata me prendió un jazmín. Lo pondré en agua —y lo colocó en un vaso.

Cuando se aseguró de estar sola en el castillo, decidió abrir la puerta prohibida. Dentro vio las llamas y las almas en pena, incluyendo a sus hermanas.

— ¡Lucia, sálvanos! —gritaban.

Lucia cerró la puerta y comenzó a pensar cómo salvarlas.

Cuando la Nariz de Plata volvió, vio que el jazmín seguía fresco. Sorprendido, dijo:

— ¡Oh, qué fresco está!

— Claro, ¿quién llevaría una flor marchita en el cabello? —respondió ella.

El diablo, complacido con su obediencia, le dijo:

— Si sigues así, nos llevaremos muy bien. ¿Te gusta estar aquí?

— Sí, mucho. Pero me preocupa mi madre; no he sabido nada de ella.

— Hoy mismo iré a verla —dijo él.

Lucia, aprovechando su gentileza, lo convenció de llevarle un saco de “ropa sucia” a su madre. En realidad, escondió a su hermana mayor en el saco. Le dijo que si la Nariz de Plata intentaba dejar el saco, gritara “¡Te veo!”. Cuando el diablo intentó espiar el contenido, la voz de su hermana lo asustó, y llevó el saco hasta la casa de la madre.

Así, Lucia salvó a sus hermanas y, gracias a su ingenio, engañó al diablo y regresó con su familia. También se llevó el tesoro del diablo, asegurando la felicidad y prosperidad para todas.