Un grupo de amigos jugaban fútbol en la arena de la playa de Río de Janeiro, riendo y molestando entre ellos.
—¡No dejen caer la pelota! —gritó Lucas, el más entusiasta, mientras hacía acrobacias y pateaba la pelota con todas sus fuerzas al aire y le bajaba la pantaloneta a uno de sus amigos.
Los demás, entre risas y juegos, intentaban evitar que la pelota tocara el suelo. En ese momento, apareció otro amiguito que venía emocionado.
—¡Chicos! —gritó el nuevo amigo, Miguel—. ¡Acabo de escuchar algo increíble!
Todos se detuvieron y se volvieron hacia él.
—¿Qué pasó, Miguel? —preguntó Sara, la más curiosa del grupo.
—¡Las peladas que están por allá! —dijo Miguel, señalando a un grupo de muchachas sentadas en la orilla—. Dicen que vieron un duende esta mañana. ¡Un duende de verdad!
Las risas comenzaron a llenar el aire, y Lucas, tratando de burlarse, dijo:
—¿Un duende? ¡Vamos, Miguel! Eso es solo un cuento.
Pero Miguel insistió, emocionado.
—No, en serio. Ellas juran y están que dicen que el duende les robó unos aretes y unas cosas y luego se las devolvió las estaba asustando. Disque es muy travieso y le encanta jugarles bromas a la gente y se les burla.
Sara, con una chispa de curiosidad en sus ojos, preguntó:
—¿Y qué más dijeron? ¿Qué es lo que hace este duende?
—Dijeron que se llama “Pipoca” y que se esconde entre las piedras y los árboles. Le gusta hacer travesuras, como esconder los zapatos de la gente o cambiar la dirección de las sombrillas.
La idea de un duende travieso atrapó la atención de todos, y Lucas, con una sonrisa pícara, sugirió:
—¿Y si lo buscamos? ¡Podríamos jugarle una broma a las chicas!
Miguel, entusiasmado, asintió rápidamente.
—¡Sí! ¡Vamos a encontrar a Pipoca!
El grupo, llenos de energía y risas, dejó de lado el fútbol y se dispuso a investigar. Comenzaron a caminar por la playa, mirando detrás de las piedras y debajo de las sombrillas. A cada paso, la emoción crecía, todo era recocha y juego y se imaginaban las travesuras que podrían hacer con un duende.
Mientras caminaban, se acercaron a un grupo de turistas que estaban tomando fotos. Lucas, siempre listo para una broma, se acercó y les dijo:
—¿Han visto a un duende por aquí? Se llama Pipoca y se roba las cosas. ¡Cuídense!
Los turistas rieron, pensando que era parte del ambiente festivo de la playa. Pero, de repente, una de las chicas del grupo notó algo extraño. Su sombrero había desaparecido.
—¡Eh! ¿Dónde está mi sombrero? —gritó, mirando a su alrededor muy confundida.
—¡Quizás Pipoca se lo llevó! —dijo, riendo.
De pronto, escucharon un ruido detrás de un arbusto y se detuvieron en seco.
—¿Escucharon eso? —preguntó Sara, mirando a su alrededor.
Miguel se acercó al arbusto y, empezó a mover las ramas y encontró con un pequeño muñeco de arena, todo decorado con conchas y piedras brillantes. Estaba sentado y sonriendo.
—¡Miren! —dijo Miguel, mostrando el muñeco—. ¡Es Pipoca!
Los amigos estallaron en risas. La travesura del duende no era más que un juguete hecho de arena, pero eso no les impidió seguir imaginando que Pipoca estaba más cerca de lo que pensaban.
—Vamos, sigamos buscando —dijo Lucas, con renovada energía—. Tal vez todavía está por aquí.
De pronto el balón que habían dejado a un lado comenzó a rodar solo, como si alguien la empujara. Todos se quedaron paralizados, mirándose unos a otros, incrédulos y llenos de carcajadas lo tomaron en chiste.
—¿Esa pelota se movió sola si vieron? —dijo Sara, con la voz temblando.
—No puede ser… —respondió Miguel, sorprendido.
El grupo corrió tras la pelota, que parecía tener vida propia. Al llegar a la orilla, la pelota se detuvo justo al lado de un par de chicas que estaban sentadas en la arena tomándose unas cervezas.
—¡Oigan! ¿Ese balón es de ustedes? —preguntaron las chicas.
—No, es nuestra. Pero… —Sara se detuvo, mirando la pelota—. ¿Cómo llegó aquí?
Justo en ese momento, una suave brisa sopló, y entre las risas y la confusión, todos sintieron una presencia divertida, como si Pipoca estuviera disfrutando del espectáculo. Sin pensarlo, comenzaron a jugar con las chicas, uniendo a todos en un gran partido de fútbol improvisado.
Los goles eran acompañados de risas y gritos. Nadie podía evitar la sensación de que el duende estaba ahí, saltando de un lado a otro, haciendo que la diversión nunca parara. Después de un rato, el partido terminó y todos se sentaron en la arena, agotados pero felices.
—¿Quién necesita un duende cuando tenemos tanta diversión? —dijo Lucas, riendo.
—Tal vez el duende se unió a nosotros en el juego —sugirió Miguel, mirando hacia el horizonte con una sonrisa.
Las chicas que se habían unido a ellos asintieron, y comentaron que a ellas también las había asustado un duende y que les escondía las cosas.
Los chicos no lo podían creer para ellos eran puros cuentos ninguno de ellos nunca había visto un duende en toda su vida, todos en Brasil han escuchado sobre los duendes es un tema de conversación normal pero no existen son cuentos para asustar a los niños para que le hagan caso a los papas, mientras terminaban de hablar un duende se aparecio enfrente de todos parado encima de la pelota y con una risa para ellos aterradora salieron corriendo a sus casas mientras el duende disfrutaba verlos correr asustados.
En Brasil es un cuento famoso en su comunidad y todos se lo toman con respeto ya que estas criaturas tienen personalidades como los humanos unos son buenos pero otros son malos, según se cree disfrutan haciendo travesuras a las personas.