En una rama de un árbol viejo, una ave había hecho su hogar. Cada primavera, regresaba, construía su nido, ponía sus huevos, criaba a sus pichones, y se iba cuando terminaba el verano. Así vivió durante dos años. En el tercer año, al llegar la primavera, la ave regresó y vio que en su rama había otra ave con un ramito de hierba en el pico, empezando a construir su propio nido. Enfurecida, le dijo:
– ¿De dónde saliste y qué haces aquí?
La joven ave respondió:
– He venido a instalarme aquí. Mira, estoy construyendo mi nido.
La vieja ave se enojó más.
– No, aquí no te quedarás. ¡Este es mi hogar!
La joven ave le contestó:
– ¡Ay! Apenas llegas y ya dices que este es tu hogar. Yo llegué primero, recogí paja y ramitas, y ya empecé a construir mi nido. Este será mi hogar, no el tuyo.
La vieja ave se puso furiosa y, de un aletazo, dispersó toda la hierba y paja del nido de la joven. La joven ave, enfurecida también, se lanzó contra ella, y ambas comenzaron a pelear. Una gritaba:
– ¡Yo llegué primero! ¡Aquí me quedaré!
La otra replicaba:
– ¡Yo he vivido aquí por dos años! ¡Este es mi hogar y aquí me quedaré!
Justo debajo del árbol, una gata descansaba al sol y, al escuchar la pelea, se acercó sigilosamente y saltó sobre las aves, atrapándolas a ambas.
Primero, la gata regañó a la vieja ave:
– Llegaste tarde este año y has perdido tu derecho a esta rama. Además, eres pendenciera, así que no puedo dejarte viva.
Y se comió a la vieja ave. Luego se dirigió a la joven:
– La vieja ave vivió aquí varios años. Así que esta rama es suya, no tuya. Y tú tampoco me agradas. No te dejaré viva.
Entonces, también se comió a la joven ave y, satisfecha, se fue.