Del mercader y el loro

Un mercader tenía un loro que había vivido mucho tiempo con él.

Un día, el mercader decidió ir a Bengala para hacer negocios. Antes de partir, reunió a toda su familia y les dijo:

– ¡Me voy de viaje! Díganme, ¿qué quieren que les traiga de Bengala como regalo?

Cada uno le pidió algo, y el mercader prometió cumplir todas sus peticiones. Luego, se despidió de todos y estaba a punto de salir, pero se detuvo y se acercó a la jaula del loro.

– ¿Y tú? ¿Qué quieres que te traiga? – le preguntó el mercader al loro.

– Gracias a ti, no me falta nada, – respondió el loro –. Pero aun así tengo un favor que pedirte. Si puedes cumplirlo, te diré cuál es.

– ¿Y cuál es ese favor? – preguntó el mercader, sonriendo –. Si está en mis manos, lo haré.

Entonces el loro dijo:

– En Bengala, en el lugar al que vas a comerciar, hay un gran árbol en un campo, donde anida una gran cantidad de loros. Te pido que, si llegas a ese árbol, les des mi saludo. Después diles esto: “Mi amigo loro, que vive en una jaula, les manda decir que ustedes vuelan libremente por los bosques y jardines, mientras que de aquellos que sufren ni se acuerdan. ¡Tienen corazones de piedra! Cuando alguna vez pasan junto a nosotros, los prisioneros, solo nos miran y vuelven a irse a comer frutas. Si no nos ayudan, moriremos en nuestras jaulas…”. Que te respondan, y tú me traerás su respuesta. Me harías un gran favor.

– Muy bien, cumpliré tu petición – dijo el mercader al loro, anotando cuidadosamente sus palabras.

El mercader llegó a Bengala, compró mercancías, y antes de regresar, fue al campo que el loro le había mencionado. Observó y, en efecto, vio un enorme árbol viejo, y en sus ramas había una bandada de loros. Entonces el mercader gritó:

– ¡Eh, loros! ¡Mi loro les envía su saludo!

Luego repitió palabra por palabra el mensaje de su loro. Pero apenas terminó de hablar, todos los loros cayeron muertos del árbol, como si el mensaje los hubiera matado. El mercader quedó sorprendido: “Quizá, – pensó – estos loros silvestres eran amigos muy queridos de mi loro. Al escuchar su mensaje, cayeron muertos de tristeza”.

Miró a los loros “muertos” en el suelo, luego regresó a la ciudad y se preparó para el viaje de regreso.

Al llegar a su hogar, el mercader dio a sus familiares los regalos que cada uno había pedido, pero no trajo respuesta alguna para el loro, pues temió entristecerlo con la noticia de la “muerte” de sus amigos.

Entonces el loro le preguntó:

– Amo, ¿no entregaste mi saludo? ¿Por qué no he recibido ninguna respuesta?

– Sí, entregué tu saludo a los loros, – respondió el mercader –. Pero no recibí respuesta.

El loro se entristeció mucho y preguntó:

– Entonces, al menos cuéntame qué viste en el campo.

A regañadientes, el mercader le relató lo sucedido:

– Llegué al campo que mencionaste; vi a los loros en el árbol. Pero apenas les di tu mensaje, cayeron muertos todos al mismo tiempo. Por eso no tengo nada que responderte.

Apenas escuchó esto, el loro tambaleó y cayó muerto al fondo de la jaula.

El mercader se sintió muy triste por su loro y pensó: “No debí contarle sobre la muerte de sus amigos”.

Tomó al loro por las patas y lo arrojó por la ventana. Pero en ese momento, el loro batió las alas y voló libremente. Ahí fue cuando el mercader comprendió que los loros silvestres no habían muerto; solo fingieron estar muertos para enseñarle al loro en la jaula cómo escapar y alcanzar su libertad.